Expertos reivindican que la enseñanza es un derecho cívico para todos
Son las 11 de la mañana de un lunes más en la cárcel de Soto del Real, de Madrid. La torre de control de la prisión vigila sin inmutarse a los cientos de reclusos que en ese momento se dirigen a sus diversas actividades –clases de enseñanza básica para adultos, cursos de Formación Profesional, licenciatura a través de la UNED o incluso lecciones de teatro–. Se trata de una de las prisiones con mayor oferta educativa del país y MAGISTERIO ha querido conocer de cerca cómo se toman apuntes entre rejas.
El auxiliar de biblioteca, Alberto Sánchez, encarna una de las 1.800 dramáticas historias que convergen en este centro penitenciario, –alguna más de las que deberían hacerlo, según sostiene la Agrupación de los Cuerpos de la Administración de Instituciones Penitenciarias (Acaip)–.
Entre libros de literatura y las cartas de amor que escribe a una novia que ha conocido durante su estancia, este mexicano intenta arrinconar los recuerdos de su familia a miles de kilómetros de distancia. “Ojalá pudiese volver atrás”, asiente, pero como no es posible, utiliza el estudio como herramienta “para olvidar la realidad de la cárcel”. Así lo ha hecho durante los 38 meses que lleva recluido y reconoce que al final “el día a día pasa rapidísimo”, aunque “los barrotes y el estruendo de la puerta cuando se cierra siempre te recuerdan que estás en la cárcel”.
Aparte de un antídoto para combatir la soledad del exilio, la Educación en régimen de privación de libertad persigue el objetivo de formar ciudadanos y facilitar la reinserción de los infractores en la sociedad. Y eso es algo que no se consigue simplemente con horas de estudio. “No se trata de convertir delincuentes en delincuentes titulados”, sentencia el informe La ambigüedad de la Educación en las prisiones, de Marc De Maeyer, quien fuera uno de los principales especialistas en este campo de la Unesco y que nos acompañó en la visita por la cárcel junto a un grupo de expertos de la Organización de Estados Iberoamericanos.
Para conseguir su objetivo este tipo de formación precisa de “respeto, explicaciones, el intercambio del saber, un conocimiento certero del pasado y una reconstrucción de los vínculos familiares”, explica De Maeyer, que recuerda que la enseñanza en la cárcel “no es una Educación pobre para los pobres”.
Ser profesor en prisión
Tras años de encuentros en las prisiones de distintos puntos del planeta, el investigador de la Unesco advierte que el campo de actuación de los educadores debe acotarse según ciertos límites. Como no exigir hacer mejor y más rápido algo que no se ha conseguido fuera con más recursos; negarse a preparar a los reclusos “sólo” para el mercado laborar; no permitir la adaptación del recluso a la cárcel; o no limitarse a formar delincuentes titulados.
Eso lo sabe muy bien José Luís, uno de los docentes que imparte Educación básica para adultos en la escuela Yucatán de esta cárcel. Para él la única diferencia entre dar clase en la prisión y en la calle es que “aquí son adultos y vienen voluntariamente; y en un instituto son adolescentes y van a la fuerza”. En su clase una decena de presos entre los 25 y los 53 años, de nacionalidades muy distintas, repasan Lengua y Matemáticas. El centro de adultos no difiere en nada de uno del exterior.
“Y en ninguno de los títulos o documentos aparece la denominación de centro penitenciario, para facilitar la integración laboral de los recursos una vez salgan a la calle”, puntualiza el profesor. Son plazas que se piden voluntariamente porque se consideran de difícil desempeño y que en Madrid no cuenta con ningún incentivo, aunque en otras Comunidades los docentes sí reciben un sobresueldo.
La enseñanza para adultos se divide en seis cursos que van desde el nivel 1, –correspondiente a analfabetos– al sexto, –equivalente a Secundaria–. Y como ocurre en la calle, en la prisión las tendencias han ido variando con el tiempo. “Cada vez nos llegan menos alumnos analfabetos, pero contamos con más demanda de español para extranjeros, debido al aumento de la inmigración”, explica la directora de la escuela Yucatán. En total, 425 presos de los 2.000 cursan este tipo de enseñanza en la cárcel del Soto y otros 150 reclusos aguardan una plaza en la lista de espera. En especial, para las asignaturas más solicitadas, que son Español, Inglés e Informática.
Otro reflejo de la trasformación social de los últimos años es el aumento de presos extranjeros. Aunque sería injusto asociar delincuencia con inmigración, como recuerda uno de los funcionarios del centro, que advierte que “las estadísticas son muy perversas”. “No es verdad que los extranjeros delincan más. Hay estudios que demuestran que un español y un extranjero en las mismas condiciones de dificultades económicas, tienen las mismas posibilidades de delinquir e incluso en algunos casos se observó que los extranjeros lo hacían menos”, reclama. “Pero casi siempre se comparan realidades muy distintas”.
Lejos de su país
Entre los muros de la cárcel, los extranjeros también se encuentran con las barreras legales, que en muchos casos les impiden matricularse en los cursos por la carencia de pasaporte. Lo que no significa que el tiempo que el extranjero permanezca encerrado esté en situación irregular. “Es paradójico, pero mientras se encuentran en prisión los inmigrantes son legales y sólo se convierten en irregulares una vez obtienen la libertad”, explica la directora.
Hernando, de 45 años, es uno de presos extranjeros. Cuando regrese a su Portugal natal le gustaría trabajar en el turismo, carrera para la que lleva preparándose los cuatro años que ha pasado entre rejas. Primero mediante un curso de acceso a la Universidad para mayores de 25 años a través de la UNED, y luego estudiando la licenciatura, de la que ya se encuentra en tercero. Acaba de terminar los exámenes de lengua italiana y geografía turística y se siente muy satisfecho. “Casi siempre obtengo notas muy buenas, en torno al 9, porque me gusta mucho estudiar y me permite mantenerme distraído”, reconoce. Lo hace con un flexo por las noches para no molestar a su compañero de celda.
Como Hernando, la mayoría de los presos que estudian una carrera en la cárcel se decantan por una diplomatura, “porque son de tres años y esperan pasar aquí poco tiempo”, recuerda uno de los funcionarios. Los presidiarios disponen de becas para la matrícula, los libros y el material, con la única condición de aprobar el 33% de las materias cada curso. En total, unos 150 reclusos están matriculados en alguno de los cursos que ofrece la UNED, entre acceso y carreras. Se trata del centro penitenciario español que cuenta con más matrículas en la Universidad a distancia. Algunos de los delincuentes más conocidos que han pasado por aquí también estudiaron carreras. Como Javier Rosado –‘el asesino del rol’– que obtuvo el tercer grado el año pasado y al que le dio tiempo a terminar en prisión nada menos que cuatro diplomaturas.
El resto tiene la posibilidad de participar en otras actividades, como el teatro, en el que ahora interpretan La Verbena de la Paloma, “como auténticos actores”, nos dice orgulloso su director, Valentino de Cuñado, un peluquero al que la venta de cocaína en un momento de dificultades económica trastocó su camino.
Una suma de historias variopintas con el vínculo común en el día que decidieron infringir las normas. A algunos la cárcel les servirá para reconducir sus vidas y a otros para volver a arruinarlas. Mientras, escriben la banda sonora de sus vidas a ritmo de Verdi o Mozart, gracias a un convenio con el Teatro Real que les permite estudiar música clásica. Como Marco Fidel, escritor colombiano y preso por un delito contra la salud pública que con el sonido de una botella se conforma con “llevar una sonrisa a ese lugar”.
Un destino que no deja de ser la condena a una infracción. Por ello, “desde 1996 ya no es posible reducir la pena por estudio o trabajo”, puntualiza uno de los funcionarios.
El auxiliar de biblioteca, Alberto Sánchez, encarna una de las 1.800 dramáticas historias que convergen en este centro penitenciario, –alguna más de las que deberían hacerlo, según sostiene la Agrupación de los Cuerpos de la Administración de Instituciones Penitenciarias (Acaip)–.
Entre libros de literatura y las cartas de amor que escribe a una novia que ha conocido durante su estancia, este mexicano intenta arrinconar los recuerdos de su familia a miles de kilómetros de distancia. “Ojalá pudiese volver atrás”, asiente, pero como no es posible, utiliza el estudio como herramienta “para olvidar la realidad de la cárcel”. Así lo ha hecho durante los 38 meses que lleva recluido y reconoce que al final “el día a día pasa rapidísimo”, aunque “los barrotes y el estruendo de la puerta cuando se cierra siempre te recuerdan que estás en la cárcel”.
Aparte de un antídoto para combatir la soledad del exilio, la Educación en régimen de privación de libertad persigue el objetivo de formar ciudadanos y facilitar la reinserción de los infractores en la sociedad. Y eso es algo que no se consigue simplemente con horas de estudio. “No se trata de convertir delincuentes en delincuentes titulados”, sentencia el informe La ambigüedad de la Educación en las prisiones, de Marc De Maeyer, quien fuera uno de los principales especialistas en este campo de la Unesco y que nos acompañó en la visita por la cárcel junto a un grupo de expertos de la Organización de Estados Iberoamericanos.
Para conseguir su objetivo este tipo de formación precisa de “respeto, explicaciones, el intercambio del saber, un conocimiento certero del pasado y una reconstrucción de los vínculos familiares”, explica De Maeyer, que recuerda que la enseñanza en la cárcel “no es una Educación pobre para los pobres”.
Ser profesor en prisión
Tras años de encuentros en las prisiones de distintos puntos del planeta, el investigador de la Unesco advierte que el campo de actuación de los educadores debe acotarse según ciertos límites. Como no exigir hacer mejor y más rápido algo que no se ha conseguido fuera con más recursos; negarse a preparar a los reclusos “sólo” para el mercado laborar; no permitir la adaptación del recluso a la cárcel; o no limitarse a formar delincuentes titulados.
Eso lo sabe muy bien José Luís, uno de los docentes que imparte Educación básica para adultos en la escuela Yucatán de esta cárcel. Para él la única diferencia entre dar clase en la prisión y en la calle es que “aquí son adultos y vienen voluntariamente; y en un instituto son adolescentes y van a la fuerza”. En su clase una decena de presos entre los 25 y los 53 años, de nacionalidades muy distintas, repasan Lengua y Matemáticas. El centro de adultos no difiere en nada de uno del exterior.
“Y en ninguno de los títulos o documentos aparece la denominación de centro penitenciario, para facilitar la integración laboral de los recursos una vez salgan a la calle”, puntualiza el profesor. Son plazas que se piden voluntariamente porque se consideran de difícil desempeño y que en Madrid no cuenta con ningún incentivo, aunque en otras Comunidades los docentes sí reciben un sobresueldo.
La enseñanza para adultos se divide en seis cursos que van desde el nivel 1, –correspondiente a analfabetos– al sexto, –equivalente a Secundaria–. Y como ocurre en la calle, en la prisión las tendencias han ido variando con el tiempo. “Cada vez nos llegan menos alumnos analfabetos, pero contamos con más demanda de español para extranjeros, debido al aumento de la inmigración”, explica la directora de la escuela Yucatán. En total, 425 presos de los 2.000 cursan este tipo de enseñanza en la cárcel del Soto y otros 150 reclusos aguardan una plaza en la lista de espera. En especial, para las asignaturas más solicitadas, que son Español, Inglés e Informática.
Otro reflejo de la trasformación social de los últimos años es el aumento de presos extranjeros. Aunque sería injusto asociar delincuencia con inmigración, como recuerda uno de los funcionarios del centro, que advierte que “las estadísticas son muy perversas”. “No es verdad que los extranjeros delincan más. Hay estudios que demuestran que un español y un extranjero en las mismas condiciones de dificultades económicas, tienen las mismas posibilidades de delinquir e incluso en algunos casos se observó que los extranjeros lo hacían menos”, reclama. “Pero casi siempre se comparan realidades muy distintas”.
Lejos de su país
Entre los muros de la cárcel, los extranjeros también se encuentran con las barreras legales, que en muchos casos les impiden matricularse en los cursos por la carencia de pasaporte. Lo que no significa que el tiempo que el extranjero permanezca encerrado esté en situación irregular. “Es paradójico, pero mientras se encuentran en prisión los inmigrantes son legales y sólo se convierten en irregulares una vez obtienen la libertad”, explica la directora.
Hernando, de 45 años, es uno de presos extranjeros. Cuando regrese a su Portugal natal le gustaría trabajar en el turismo, carrera para la que lleva preparándose los cuatro años que ha pasado entre rejas. Primero mediante un curso de acceso a la Universidad para mayores de 25 años a través de la UNED, y luego estudiando la licenciatura, de la que ya se encuentra en tercero. Acaba de terminar los exámenes de lengua italiana y geografía turística y se siente muy satisfecho. “Casi siempre obtengo notas muy buenas, en torno al 9, porque me gusta mucho estudiar y me permite mantenerme distraído”, reconoce. Lo hace con un flexo por las noches para no molestar a su compañero de celda.
Como Hernando, la mayoría de los presos que estudian una carrera en la cárcel se decantan por una diplomatura, “porque son de tres años y esperan pasar aquí poco tiempo”, recuerda uno de los funcionarios. Los presidiarios disponen de becas para la matrícula, los libros y el material, con la única condición de aprobar el 33% de las materias cada curso. En total, unos 150 reclusos están matriculados en alguno de los cursos que ofrece la UNED, entre acceso y carreras. Se trata del centro penitenciario español que cuenta con más matrículas en la Universidad a distancia. Algunos de los delincuentes más conocidos que han pasado por aquí también estudiaron carreras. Como Javier Rosado –‘el asesino del rol’– que obtuvo el tercer grado el año pasado y al que le dio tiempo a terminar en prisión nada menos que cuatro diplomaturas.
El resto tiene la posibilidad de participar en otras actividades, como el teatro, en el que ahora interpretan La Verbena de la Paloma, “como auténticos actores”, nos dice orgulloso su director, Valentino de Cuñado, un peluquero al que la venta de cocaína en un momento de dificultades económica trastocó su camino.
Una suma de historias variopintas con el vínculo común en el día que decidieron infringir las normas. A algunos la cárcel les servirá para reconducir sus vidas y a otros para volver a arruinarlas. Mientras, escriben la banda sonora de sus vidas a ritmo de Verdi o Mozart, gracias a un convenio con el Teatro Real que les permite estudiar música clásica. Como Marco Fidel, escritor colombiano y preso por un delito contra la salud pública que con el sonido de una botella se conforma con “llevar una sonrisa a ese lugar”.
Un destino que no deja de ser la condena a una infracción. Por ello, “desde 1996 ya no es posible reducir la pena por estudio o trabajo”, puntualiza uno de los funcionarios.
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